Consiste en realizar juicios negativos generalizadores, casi siempre hostiles, acerca de personas cuyo comportamiento nos desagrada. En lugar de centrarse en la conducta, el etiquetado tiende a retratar al otro como un ser malo y despreciable que está totalmente equivocado. Las etiquetas son adjetivos y expresiones como perdedor, capullo, imbécil, retrasado, puta, hijo de puta o gilipollas. Las etiquetas globales tienden a alimentar la ira, porque convierten a la persona cuya conducta nos molesta en un objeto inútil. Y, por supuesto, las etiquetas siempre son falsas y engañosas, porque reducen a la persona a una sola característica.
Cuando cataloga a los demás de esta manera, enumera en su mente cada cosa que le disgusta (filtro mental) e ignora o disminuye las buenas cualidades (descalificar lo positivo). De este modo usted fija un falso objetivo para su ira. En realidad, cada ser humano es una compleja mezcla de atributos positivos, negativos y neutros.
La etiquetación es un proceso de pensamiento distorsionado que le hace sentirse indebidamente indignado y moralmente superior, Cuando usted se ponga a etiquetar, inevitablemente se abrirá paso a su necesidad de culpar a la otra persona. Su sed de venganza intensifica el conflicto y suscita actitudes y sentimientos similares en la persona que es objeto de su furia.
La etiquetación funciona inevitablemente como una profecía que se cumple sola. Usted polariza a la otra persona y provoca un estado de guerra interpersonal.
El problema aquí es que la otra persona NO es una porquería TOTALMENTE inservible, por mucho que usted insista! Y además, no puede aumentar su propia autoestima denigrando a otra persona. Sólo sus propios pensamientos distorsionados, negativos, pueden arrebatarle el autorrespeto.
Existe sólo una persona y sólo una en el mundo que tiene el poder de poner en peligro su autoestima, y es usted. Lo que usted siente que vale puede disminuir únicamente si usted se menosprecia. La solución real es ponerle fin a su absurdo sermón interior.
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