Si usted sabe que está haciendo algo mal, admítalo antes de que la otra persona se lo eche en cara, y le quitará la razón de hablar. Lo probable es que su oponente adopte entonces una aptitud generosa, de perdón, y trate de restar importancia al error por usted cometido.
El admitir los errores propios no sólo limpia el aire de culpa y actitud defensiva, sino que a menudo ayuda a solucionar el problema causado por el error.
Cualquier tonto puede tratar de defender sus errores -casi todos los tontos lo hacen- , pero está por encima de los demás, y asume un sentimiento de nobleza quien admite los propios errores.
Cuando tenemos razón, tratemos de atraer a los demás, suavemente y con tacto, a los demás a nuestra manera de pensar, y cuando nos equivocamos, admitamos rápidamente y con entusiasmo el error.
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