martes, 1 de octubre de 2013

Póngase en el lugar del otro

Recuerde que la otra persona puede estar equivocada por completo. Pero ella no lo cree. No la censure. Cualquier tonto puede hacerlo. Trate de comprenderla. Sólo las personas sagaces, tolerantes, excepcionales, tratan de proceder así.

Hay una razón por la cual la otra persona piensa y procede como lo hace. Descubra esa razón oculta y tendrá la llave de sus acciones, quizá de su personalidad.

Trate honradamente de ponerse en lugar de la otra persona. Si usted llegara a decirse:”¿Que haría, qué pensaría yo si estuviera en su lugar?”; habrá ahorrado mucho tiempo e irritación, pues al interesarnos en las causas es menos probables que nos disgusten los efectos. Además, habrá aumentado considerablemente su habilidad para tratar con la gente. El buen éxito del trato con los demás depende de que se capte el punto de vista con simpatía de la otra persona.

Se coopera eficazmente en la conversación cuando uno muestra que considera las ideas y sentimientos de la otra persona tan importantes como los propios. El modo de alentar al interlocutor  a tener la mente abierta a nuestras ideas, es iniciar la conversación dándole claras indicaciones sobre nuestras intenciones, dirigiendo lo que decimos por lo que nos gustaría oír si estuviéramos en la piel del otro, y aceptando siempre sus puntos de vista.

¿No le gustaría tener una frase mágica para detener las discusiones, para eliminar malos sentimientos, crear buena voluntad y hacer que se le escuche atentamente?

¿Sí? Pues bien, aquí está. Comience diciendo: “Yo no lo puedo culpar por sentirse como se siente. Si yo estuviera en su lugar, no hay duda de que yo me sentiría de la misma manera

Una frase como esa suavizará a la persona más pendenciera del mundo. Y usted puede pronunciarla con toda sinceridad, porque si estuviera usted en le lugar del otro, es evidente que pensaría como él.

Las tres cuartas partes de las personas con las que se encontrará usted mañana tienen sed de simpatía. Déles esa simpatía, y le tendrán cariño.

La especie humana ansía universalmente la simpatía. El niño muestra a todo el mundo sus lastimaduras, o aún llega a infligirse un tajón o un machucón para que tengan lástima de él. Con el mismo fin los adultos muestran sus cicatrices, relatan sus accidentes, enfermedades, especialmente los detalles de sus operaciones quirúrgicas.

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