Estar identificado con la mente es estar atrapado en el tiempo: vives compulsivamente, y casi exclusivamente, mediante el recuerdo y la anticipación. Esto produce una preocupación interminable por el pasado y el futuro, y una falta de disposición a honrar y reconocer el momento presente y permitir que sea.
El tiempo no tiene nada de precioso, porque es una ilusión. Lo que percibes como precioso no es el tiempo, sino un punto que está fuera del tiempo: el ahora. Ése sí que es precioso.
¿Por qué es lo más precioso? En primer lugar, porque es lo único que hay. Es todo lo que hay.
Nada ocurrió nunca en el pasado; ocurrió en el ahora. Nada ocurrirá nunca en el futuro; ocurrirá en el ahora. Lo que piensas que es el pasado es un registro almacenado en la mente de un ahora anterior.
El pasado y el futuro no tienen realidad propia. Del mismo modo que la Luna no tiene luz propia y sólo puede reflejar la luz del Sol, el pasado y el futuro sólo son pálidos reflejos de la luz, el poder y la realidad del eterno presente.
La razón por la que a algunas personas les gusta practicar deportes de riesgo, como la escalada, las carreras de coches y otros parecidos es que, aunque no sean conscientes de ello, esa actividad les obliga a estar en el ahora: en ese intenso estado de gran vivacidad en el que se está libre del tiempo, libre de problemas, libre de pensamientos, libre de las cargas de la personalidad.
Pero no hace falta que te pongas a escalar la cara norte del Eiger. Puedes entrar en ese estado ahora.
Desde la antigüedad, los maestros espirituales han apuntado hacia el ahora como la clave de la dimensión espiritual. Estar tan plenamente, tan completamente en el presente que ningún problema o sufrimiento, nada que no sea quien eres en esencia, pueda sobrevivir en ti.
No hay comentarios:
Publicar un comentario